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Test shot with Handevision Iberit 35mm f2.4 on Sony A7R

I got both lenses (that I had pre-ordered long time ago) The 35mm (KAL3524LCMB ) works great on my film and digital (Sony E mount with adapter) but the 24mm (KAL2424LCMB) doesn’t perfect fit on my Film body (It does fit on the Kipon adapter) and the lens risk to fall off the camera.

I took the lens back to the store, and tried another copy that they had there, with the same results. I asked to try the lens with modern Leica M-mount bodies (mine is a 70’s Leitz body) but they were none available.
When the first batch of 35mm arrived to the store, I tried one and had the same issue with the mount on the film camera -I remember reporting this to Adorama and to Xiaoming Zhang  (“The first batch of IBERIT lenses had some issues when attached to Leica M film cameras. The issue is now fixed:” REF: https://leicarumors.com/2017/03/19/quick-hands-on-review-of-the-handevision-iberit-lenses-on-a-leica-m10-camera.aspx/).
From Xiaoming I received the answer that the first batch of lenses only works with digital M body, but not with film body. Now the new lens fits both, digital as well as film.
Not been a Leica fanboy myself, I’m looking at this lenses with no bias, and I found the 35mm performing really good on film and Digital. I think this Iberit lenses will become a hot item but only if the mechanic quality is as good as the optical performance -the little time I played with the 24mm shown good sharpness and clean corners (not like most Zeiss or Leica wide angle lenses, that shows a strong magenta cast).

FYI, I kept the lens. I love it on film and digital, specially because it took me back to shooting film. Next will be the Iberit 24mm f2.4 when the next batch arrive to Adorama.

ZA 85f1.4 vs SAM 85f2.8

Dur­ing the sum­mer of 2005, I had the chance to find a beau­ti­ful sam­ple of the Minolta 85mm f1.4 G non D –and I was really lucky because by that time Konika-Minolta future was a big mys­tery, the D ver­sion of this lens was unavail­able, as well as other gems from the late Minolta era. I paid about 600$ for it and put it on a shelf, using it exclu­sively for por­traits at my home studio.

The fol­low­ing year, Konika-Minolta sold all their assets in the photography(cameras) busi­ness to Sony, who didn’t re-brand the 85mm but intro­duced a Carl Zeiss ver­sion instead. Price tagged in the 1400$. I felt good, because the deal I had and because I rented from the Ado­rama Rentals Depart­ment (it came in the “kit” along the A900; 24-70f2.8; 70-200f2.8 (and the HVL58 flash) and did a quick test between both lenses. My con­clu­sion was that the Minolta was a lit­tle bit warmer and the Zeiss slightly sharper wide open, and had neu­tral color cast.

I didn’t use the 85mm that much, the lens is a lit­tle too big, heavy and I always fear to dam­age it (event pho­tog­ra­phy is not good for equip­ment cos­met­ics…) so I decide to sell it after Christ­mas 2009. I got 900$ for it (I can only tell good things about this lens!) Any­way, since I got the A850 I use the Minolta 100 f2.8 Soft Focus as my main “Portrait Lens”

Last sum­mer (2010) Sony intro­duced a “Easy Choice” SAM 85mm f2.8 for only 250$ and, for that price, I choose to give it a try. I bought the first sam­ple arriv­ing to the Ado­rama store and, after I over­came the first impres­sion about the plas­tic mount, I start car­ry­ing it with me to my event jobs. So far, this lit­tle lens gave me an advan­tage, it doesn’t intim­i­date peo­ple, the way a big­ger lens does. And it is a great com­pan­ion to the ZA 24–70 f2.8 — you can hardly find a dif­fer­ence in image qual­ity between this 2 lenses.

For a last test, I went to the Ado­rama Rental Depart­ment and bor­row the ZA 85f1.4 for a 15 min­utes non sci­en­tific com­par­i­son. It is unnec­es­sary to say the Zeiss is big­ger, heav­ier and over­all con­struc­tion qual­ity is nicer and sturdier.

But, how about the optics? Falloff on the SAM is notice­able at f2.8, while the Zeiss at f2.8 doesn’t show any issue. The SAM focus closer, and that was a sur­prise, but the Zeiss is cor­rected for Macro and you can notice that also. Another notice­able sur­prise was the fact that the SAM focus faster and it is less noisy than the ZA

You can see and down­load the sam­ples (JPG and ARW) here:

Recuerdos Surcanos

Plaza_de_SurcoMi bar­rio siem­pre ha sido antiguo. El valle de Surco ya estaba poblado cuando a Pizarro se el ocur­rió que el mejor sitio par a fun­dar su cap­i­tal era a las oril­las del río Rimac. Y debe haber tenido cierta predilec­ción por el lugar, pues al pueblo le pusieron por nom­bre San­ti­ago de Surco. Y con ello pro­ce­siones del aquel tipo cabal­gando sobre un caballo blanco mar­caron mis vaca­ciones de invierno. Yo no sé si será cierto que llego hasta el Fin­is­terre en Gali­cia anun­ciando la doc­t­rina de un tal Jesús y Cristo. Lo que le sé recono­cer es que gra­cias a él, mi bar­rio no sufrió la misma suerte que Chor­ril­los y Bar­ranco cuando el inva­sor chileno iba rumbo a Lima.

Lo cierto es que mi bar­rio siem­pre ha sido lla­mado pueblo, y hasta el día de hoy sigue fun­cio­nando como tal. Con his­to­rias de pueblo que conoce todo el pueblo. Desde los que se creían ricos en el pasaje al lado de casa hasta a los que les decían pobres de al lado del cemente­rio. Hoy son todos igual que antes, pero más iguales.

Yo pasaba parte de mis tardes en el pasaje con los chicos de mi edad. Pero tam­bién iba al fondo de la casa de Nina a ver como un Zambo enorme molía maíz para hacer tamales. Los mejores tamales que jamás he comido. Allí iba con Genaro. El tío Genaro, que por arte de esas difer­en­cias de edades entre tíos y abue­los, tenía 6 meses menos que yo. Sino me escapaba con Pepe a pasear por el río Surco, atrav­es­ando las calles de tierra de Par­que Alto, y nos colábamos a ver pas­tar las pocas vacas en las tier­ras de los Ugarelli. Épocas aque­l­las en que el pueblo de Surco resistía todavía a la urban­ización galopante.

Con Genaro siem­pre nos vimos poco, a pesar de que vivíamos a solo 100 met­ros de dis­tan­cia. El tío Marcelo, padre de Genaro, era primo de mi abuelo. Cuando mi abuelo comenzó con la con­struc­ción del edi­fi­cio en el que ter­minó viviendo toda la familia, le encargó al tío Marcelo el cuidado de las obras del primer piso, Y vivió en ese primer aparta­mento durante var­ios años. Eso debe haber sido antes que se casara con la tía Margarita.

Pero su his­to­ria me comienza el día en que murió. Alguien llego a casa cor­riendo y, jade­ando, dijo que el tío Marcelo había muerto en un acci­dente. Salió de su casa con la moto y lle­gando a la esquina der­rapó. Un “Venegas-Parada” que pasaba no lo vio ni a él, ni a la viuda y cua­tro hijos que dejó en el camino. Si bien no eran épocas de muchas vis­i­tas en casa (la sep­a­ración de mis padres sumió a mi madre en un ostracismo del que nunca ha salido) la tía Margarita era amiga, y el mal momento las unió un poco más. Es a par­tir de ahí que recuerdo haber fre­cuen­tado a Genaro: Car­navales, luego comen­zar el preesco­lar, aunque él estaba en otra sala pues yo era mayor.

Pasamos buena parte de nues­tras horas de juego a dis­cu­tir sobre el respeto que le debía el uno al otro. Él ale­gaba su título de tío y yo quería hacer valer la difer­en­cia de edad que jugaba en mi favor. Si bien esto nunca inter­firió en nues­tra amis­tad, nunca logramos pon­er­nos de acuerdo. Genaro tenía algo de espe­cial, una especie de traviesa sen­su­al­i­dad con la que sabía meterse a todo el mundo en el bol­sillo. Sus ojos los recuerdo lumi­nosos, tal ves verdes, y con largas pes­tañas. Su cabello era cas­taño claro. Y flaco, por lo menos con relación a mi. Tengo que recono­cer que con sus 6 años era todo un seduc­tor y, a veces, un poco cínico.

Sería el año ’77 y esa navi­dad, como siem­pre, no esperé hasta la media noche para recibir los rega­los. No porque no crey­era en Papá Noel, sino porque jamás hasta entonces había resis­tido despierto mas allá de las 9 de la noche. La mañana del 25 debo haber abierto con desgano los rega­los que me tocaron (a mi jamás me ha entu­si­as­mado la navi­dad, es por culpa de ella que hasta el día de hoy no logro fes­te­jar cor­rec­ta­mente mi cumpleaños tres días más tarde…) y de los que no me acuerdo porque fue para mi cumpleaños que la tía Lucrecia me trajo “el” regalo: un carro, un Camaro vio­leta, lleno de cal­co­manías como los car­ros de car­reras. Y con un impre­sio­n­ante motor plateado que salía fuera del capó, y que me ha hecho cues­tion­arme hasta el día de hoy cómo hacía el con­duc­tor para ver por dónde and­aba. Ya había visto el mismo auto como regalo para alguien más el año ante­rior, pero esa falta de orig­i­nal­i­dad me importó poco: ahora el carro era TOTALMENTE para mi.

Jugué toda la mañana sobre la alfom­bra de la sala para no ensu­cia­rle las ruedas y a la tarde vino Genaro a bus­carme para ir a jugar y fuimos a bus­car al gordo Ricardo y a Josué a quién su familia no se lo había lle­vado todavía a Chile. Cam­i­namos pues hacia el esta­dio para encon­trarnos con ellos. Yo había dejado mi Camaro sobre la cama de Genaro. Pero cuando volvi­mos ya no estaba ahí. Busqué debajo de las camas, en el ropero, la cocina, la habitación de la tía Margarita…nadie lo había visto y eso era bas­tante difí­cil en una casa pequeña como en la que vivían. Ya no recuerdo el argu­mento que quisieron hac­erme creer. La ver­dad es que ese día se me rompió algo aden­tro y las cosas nunca fueron iguales con mi tío Genaro. Deje­mos de ver­nos tan seguido y sin razón aparente. Ni siquiera fui invi­tado a su bau­tizo, que por más pequeño e íntimo que fuera, Teresa nos habría hecho un biz­co­cho delicioso.

Poco tiempo después de su bau­tizo, alguien llegó a casa cor­riendo y, jade­ando, dijo que el tío Genaro había tenido un acci­dente. Quería mostrar a un par de ami­gos lo bien que sabía hacer cabal­lito con la bici, pero perdió el con­trol del manubrio y con ello el equi­lib­rio de la bici­cleta. El camión no lo vio ni a él ni a su madre y tres her­manas que dejó en el camino. Cuando llegué al velo­rio, la tía Mar­garita estal­laba nue­va­mente en lágri­mas. Los comen­tar­ios de los pre­sentes eran vari­a­dos. Por un lado la crítica a la tía Mar­garita, que no había encon­trado otra cosa para vestirse que un pan­talón naranja y una chompa de col­ores tam­bién bril­lantes cuando debería estar de luto, como si el luto se lle­vara solo en el vestido; por otro lado, el análi­sis de la maldición gitana que pesaba sobre los varones de la familia que habían sido con­de­na­dos a morir de forma trág­ica. Así, tías vie­jas sac­aron a la luz la muerte de otros pri­mos y tíos en los últi­mos años. Bru­jería y celos de alguna amante despechada.

El tío Genaro fue el primer muerto que vi. Llev­aba puesta la camisa y los sig­nos de su bautismo. Dejando de lado los tapones de algo­dón que lavaba en la nariz, nada hacía pen­sar que su sueño fuese eterno. No recuerdo haber pen­sado en nada espe­cial en ese momento. Ni en nues­tras cor­rerías, nue­stros jue­gos en el cole­gio, ni nues­tras acalo­radas dis­cu­siones a propósito de nues­tra difer­en­cia de edad. Ni siquiera en el Camaro. Solo me quedé mirando sus ropas, su camisa tan blanca y la medal­lita de oro que lavaba en el pecho.

Creo que nunca le per­doné lo del Camaro. Nunca tuve prueba real de que hubiera sido él. Mien­tras escribo esto busco alter­na­ti­vas. Sin embargo, todo el peso cae sobre él. Tal vez ahora recuerdo a Genaro  para per­don­arme el que jamás lo haya perdonado.