Cambalache

Cam­bal­ache

Que el mundo fue y será una por­quería,
ya lo se;
en el quinien­tos seis
y en el dos mil tam­bién;
que siem­pre ha habido chor­ros,
maquiave­los y estafaos,
con­tentos y amar­gaos,
val­ores y dublés,
pero que el siglo veinte es un despliegue
de mal­dad inso­lente
ya no hay quien lo niegue;
vivi­mos revol­caos en un merengue
y en un mismo lodo todos manoseaos.

Hoy resulta que es lo mismo
ser dere­cho que traidor,
igno­rante, sabio, chorro,
gen­eroso, estafador.
Todo es igual; nada es mejor;
lo mismo un burro que un gran pro­fe­sor.
No hay aplazaos ni escalafón;
los inmorales nos han igualao.
Si uno vive en la impos­tura
y otro roba en su ambi­ción,
da lo mismo que si es cura,
col­chonero, rey de bas­tos,
caradura o polizón.

Que falta de respeto,
que atro­pello a la razón;
cualquiera es un señor,
cualquiera es un ladrón.
Mez­claos con Stavisky,
van Don Bosco y la Mignon,
don Chi­cho y Napoleón,
Carn­era y San Martín.
Igual que en la vidri­era irre­spetu­osa
de los cam­bal­aches
se ha mez­clao la vida,
y herida por un sable sin remaches
ves llo­rar la Bib­lia con­tra un calefon.

Siglo veinte, cam­bal­ache
prob­lemático y febril;
el que no llora, no mama,
y el que no afana es un gil.
Dale nomas, dale que va,
que alla en el horno nos vamo a encon­trar.
No pienses más, echate a un lao,
que a nadie importa si naciste hon­rao.
Que es lo mismo el que labura
noche y día como un buey
que el que vive de los otros,
que el que mata o el que cura
o esta fuera de la ley.

Letra y Música de Enrique San­tos Discepolo

ZA 85f1.4 vs SAM 85f2.8

Dur­ing the sum­mer of 2005, I had the chance to find a beau­ti­ful sam­ple of the Minolta 85mm f1.4 G non D –and I was really lucky because by that time Konika-Minolta future was a big mys­tery, the D ver­sion of this lens was unavail­able, as well as other gems from the late Minolta era. I paid about 600$ for it and put it on a shelf, using it exclu­sively for por­traits at my home studio.

The fol­low­ing year, Konika-Minolta sold all their assets in the photography(cameras) busi­ness to Sony, who didn’t re-brand the 85mm but intro­duced a Carl Zeiss ver­sion instead. Price tagged in the 1400$. I felt good, because the deal I had and because I rented from the Ado­rama Rentals Depart­ment (it came in the “kit” along the A900; 24-70f2.8; 70-200f2.8 (and the HVL58 flash) and did a quick test between both lenses. My con­clu­sion was that the Minolta was a lit­tle bit warmer and the Zeiss slightly sharper wide open, and had neu­tral color cast.

I didn’t use the 85mm that much, the lens is a lit­tle too big, heavy and I always fear to dam­age it (event pho­tog­ra­phy is not good for equip­ment cos­met­ics…) so I decide to sell it after Christ­mas 2009. I got 900$ for it (I can only tell good things about this lens!) Any­way, since I got the A850 I use the Minolta 100 f2.8 Soft Focus as my main “Portrait Lens”

Last sum­mer (2010) Sony intro­duced a “Easy Choice” SAM 85mm f2.8 for only 250$ and, for that price, I choose to give it a try. I bought the first sam­ple arriv­ing to the Ado­rama store and, after I over­came the first impres­sion about the plas­tic mount, I start car­ry­ing it with me to my event jobs. So far, this lit­tle lens gave me an advan­tage, it doesn’t intim­i­date peo­ple, the way a big­ger lens does. And it is a great com­pan­ion to the ZA 24–70 f2.8 — you can hardly find a dif­fer­ence in image qual­ity between this 2 lenses.

For a last test, I went to the Ado­rama Rental Depart­ment and bor­row the ZA 85f1.4 for a 15 min­utes non sci­en­tific com­par­i­son. It is unnec­es­sary to say the Zeiss is big­ger, heav­ier and over­all con­struc­tion qual­ity is nicer and sturdier.

But, how about the optics? Falloff on the SAM is notice­able at f2.8, while the Zeiss at f2.8 doesn’t show any issue. The SAM focus closer, and that was a sur­prise, but the Zeiss is cor­rected for Macro and you can notice that also. Another notice­able sur­prise was the fact that the SAM focus faster and it is less noisy than the ZA

You can see and down­load the sam­ples (JPG and ARW) here:

Con­fi­dence in the glasses, not in the eye – Confianza en el anteojo, no en el ojo

Con­fi­dence in the glasses, not in the eye;
in the stair­case, never in the step;
in the wing, not in the bird
and in your­self alone, in your­self alone, in your­self alone.

Con­fi­dence in the wicked­ness, not in the wicked;
in the glass, but never in the liquor;
in the corpse, not in the man
and in your­self alone, in your­self alone, in your­self alone.

Con­fi­dence in many, but no longer in one;
in the riverbed, never in the cur­rent;
in pants, not in legs
and in your­self alone, in your­self alone, in your­self alone.

Con­fi­dence in the win­dow, not in the door;
in the mother, but not in the nine months;
in des­tiny, not in the gold die
and in your­self alone, in your­self alone, in your­self alone.

César Vallejo

Con­fi­anza en el anteojo, no en el ojo;
en la escalera, nunca en el pel­daño;
en el ala, no en el ave
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.

Con­fi­anza en la mal­dad, no en el mal­vado;
en el vaso, mas nunca en el licor;
en el cadaver, no en el hom­bre
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.

Con­fi­anza en muchos, pero ya no en uno;
en el cauce, jamás en la cor­ri­ente;
en los cal­zones, no en las pier­nas
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.

Con­fi­anza en la ven­tana, no en la puerta;
en la madre, mas no en los nueve meses;
en el des­tino, no en el dado de oro
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.

César Vallejo

Recuerdos Surcanos

Plaza_de_SurcoMi bar­rio siem­pre ha sido antiguo. El valle de Surco ya estaba poblado cuando a Pizarro se el ocur­rió que el mejor sitio par a fun­dar su cap­i­tal era a las oril­las del río Rimac. Y debe haber tenido cierta predilec­ción por el lugar, pues al pueblo le pusieron por nom­bre San­ti­ago de Surco. Y con ello pro­ce­siones del aquel tipo cabal­gando sobre un caballo blanco mar­caron mis vaca­ciones de invierno. Yo no sé si será cierto que llego hasta el Fin­is­terre en Gali­cia anun­ciando la doc­t­rina de un tal Jesús y Cristo. Lo que le sé recono­cer es que gra­cias a él, mi bar­rio no sufrió la misma suerte que Chor­ril­los y Bar­ranco cuando el inva­sor chileno iba rumbo a Lima.

Lo cierto es que mi bar­rio siem­pre ha sido lla­mado pueblo, y hasta el día de hoy sigue fun­cio­nando como tal. Con his­to­rias de pueblo que conoce todo el pueblo. Desde los que se creían ricos en el pasaje al lado de casa hasta a los que les decían pobres de al lado del cemente­rio. Hoy son todos igual que antes, pero más iguales.

Yo pasaba parte de mis tardes en el pasaje con los chicos de mi edad. Pero tam­bién iba al fondo de la casa de Nina a ver como un Zambo enorme molía maíz para hacer tamales. Los mejores tamales que jamás he comido. Allí iba con Genaro. El tío Genaro, que por arte de esas difer­en­cias de edades entre tíos y abue­los, tenía 6 meses menos que yo. Sino me escapaba con Pepe a pasear por el río Surco, atrav­es­ando las calles de tierra de Par­que Alto, y nos colábamos a ver pas­tar las pocas vacas en las tier­ras de los Ugarelli. Épocas aque­l­las en que el pueblo de Surco resistía todavía a la urban­ización galopante.

Con Genaro siem­pre nos vimos poco, a pesar de que vivíamos a solo 100 met­ros de dis­tan­cia. El tío Marcelo, padre de Genaro, era primo de mi abuelo. Cuando mi abuelo comenzó con la con­struc­ción del edi­fi­cio en el que ter­minó viviendo toda la familia, le encargó al tío Marcelo el cuidado de las obras del primer piso, Y vivió en ese primer aparta­mento durante var­ios años. Eso debe haber sido antes que se casara con la tía Margarita.

Pero su his­to­ria me comienza el día en que murió. Alguien llego a casa cor­riendo y, jade­ando, dijo que el tío Marcelo había muerto en un acci­dente. Salió de su casa con la moto y lle­gando a la esquina der­rapó. Un “Venegas-Parada” que pasaba no lo vio ni a él, ni a la viuda y cua­tro hijos que dejó en el camino. Si bien no eran épocas de muchas vis­i­tas en casa (la sep­a­ración de mis padres sumió a mi madre en un ostracismo del que nunca ha salido) la tía Margarita era amiga, y el mal momento las unió un poco más. Es a par­tir de ahí que recuerdo haber fre­cuen­tado a Genaro: Car­navales, luego comen­zar el preesco­lar, aunque él estaba en otra sala pues yo era mayor.

Pasamos buena parte de nues­tras horas de juego a dis­cu­tir sobre el respeto que le debía el uno al otro. Él ale­gaba su título de tío y yo quería hacer valer la difer­en­cia de edad que jugaba en mi favor. Si bien esto nunca inter­firió en nues­tra amis­tad, nunca logramos pon­er­nos de acuerdo. Genaro tenía algo de espe­cial, una especie de traviesa sen­su­al­i­dad con la que sabía meterse a todo el mundo en el bol­sillo. Sus ojos los recuerdo lumi­nosos, tal ves verdes, y con largas pes­tañas. Su cabello era cas­taño claro. Y flaco, por lo menos con relación a mi. Tengo que recono­cer que con sus 6 años era todo un seduc­tor y, a veces, un poco cínico.

Sería el año ’77 y esa navi­dad, como siem­pre, no esperé hasta la media noche para recibir los rega­los. No porque no crey­era en Papá Noel, sino porque jamás hasta entonces había resis­tido despierto mas allá de las 9 de la noche. La mañana del 25 debo haber abierto con desgano los rega­los que me tocaron (a mi jamás me ha entu­si­as­mado la navi­dad, es por culpa de ella que hasta el día de hoy no logro fes­te­jar cor­rec­ta­mente mi cumpleaños tres días más tarde…) y de los que no me acuerdo porque fue para mi cumpleaños que la tía Lucrecia me trajo “el” regalo: un carro, un Camaro vio­leta, lleno de cal­co­manías como los car­ros de car­reras. Y con un impre­sio­n­ante motor plateado que salía fuera del capó, y que me ha hecho cues­tion­arme hasta el día de hoy cómo hacía el con­duc­tor para ver por dónde and­aba. Ya había visto el mismo auto como regalo para alguien más el año ante­rior, pero esa falta de orig­i­nal­i­dad me importó poco: ahora el carro era TOTALMENTE para mi.

Jugué toda la mañana sobre la alfom­bra de la sala para no ensu­cia­rle las ruedas y a la tarde vino Genaro a bus­carme para ir a jugar y fuimos a bus­car al gordo Ricardo y a Josué a quién su familia no se lo había lle­vado todavía a Chile. Cam­i­namos pues hacia el esta­dio para encon­trarnos con ellos. Yo había dejado mi Camaro sobre la cama de Genaro. Pero cuando volvi­mos ya no estaba ahí. Busqué debajo de las camas, en el ropero, la cocina, la habitación de la tía Margarita…nadie lo había visto y eso era bas­tante difí­cil en una casa pequeña como en la que vivían. Ya no recuerdo el argu­mento que quisieron hac­erme creer. La ver­dad es que ese día se me rompió algo aden­tro y las cosas nunca fueron iguales con mi tío Genaro. Deje­mos de ver­nos tan seguido y sin razón aparente. Ni siquiera fui invi­tado a su bau­tizo, que por más pequeño e íntimo que fuera, Teresa nos habría hecho un biz­co­cho delicioso.

Poco tiempo después de su bau­tizo, alguien llegó a casa cor­riendo y, jade­ando, dijo que el tío Genaro había tenido un acci­dente. Quería mostrar a un par de ami­gos lo bien que sabía hacer cabal­lito con la bici, pero perdió el con­trol del manubrio y con ello el equi­lib­rio de la bici­cleta. El camión no lo vio ni a él ni a su madre y tres her­manas que dejó en el camino. Cuando llegué al velo­rio, la tía Mar­garita estal­laba nue­va­mente en lágri­mas. Los comen­tar­ios de los pre­sentes eran vari­a­dos. Por un lado la crítica a la tía Mar­garita, que no había encon­trado otra cosa para vestirse que un pan­talón naranja y una chompa de col­ores tam­bién bril­lantes cuando debería estar de luto, como si el luto se lle­vara solo en el vestido; por otro lado, el análi­sis de la maldición gitana que pesaba sobre los varones de la familia que habían sido con­de­na­dos a morir de forma trág­ica. Así, tías vie­jas sac­aron a la luz la muerte de otros pri­mos y tíos en los últi­mos años. Bru­jería y celos de alguna amante despechada.

El tío Genaro fue el primer muerto que vi. Llev­aba puesta la camisa y los sig­nos de su bautismo. Dejando de lado los tapones de algo­dón que lavaba en la nariz, nada hacía pen­sar que su sueño fuese eterno. No recuerdo haber pen­sado en nada espe­cial en ese momento. Ni en nues­tras cor­rerías, nue­stros jue­gos en el cole­gio, ni nues­tras acalo­radas dis­cu­siones a propósito de nues­tra difer­en­cia de edad. Ni siquiera en el Camaro. Solo me quedé mirando sus ropas, su camisa tan blanca y la medal­lita de oro que lavaba en el pecho.

Creo que nunca le per­doné lo del Camaro. Nunca tuve prueba real de que hubiera sido él. Mien­tras escribo esto busco alter­na­ti­vas. Sin embargo, todo el peso cae sobre él. Tal vez ahora recuerdo a Genaro  para per­don­arme el que jamás lo haya perdonado.

Idilio Muerto

Idilio Muerto

Qué estará haciendo esta hora mi and­ina y dulce Rita
de junco y capulí;
ahora que me esfixia Bizan­cio, y que dor­mita
la san­gre, como flojo cognac, den­tro de mi.

Dónde estará sus manos que en acti­tud con­trita
planch­a­ban en las tardes blan­curas por venir;
ahora, en esta llu­via que me quita
las ganas de vivir.

Qué será de su falda de franela; de sus
afanes; de su andar;
de su sabor a cañas del lugar.

Ha de estarse a la puerta mirando algún celaje
y al fin dirá tem­b­lando: “Qué frío hay… Jesús”.
Y llo­rará en las tejas un pájaro salvaje.

De codos yo en el muro,
cuando tri­unfa en el alma el tinte oscuro
y el viento reza en los ramales yer­tos
llan­tos de que­nas, tími­dos, incier­tos.
sus­piro una con­goja,
al ver que en la penum­bra gualda y roja
llora un trágico azul de idil­ios muertos!

If – by Rudyard Kipling

IF you can keep your head when all about you
Are losing theirs and blaming it on you,
If you can trust yourself when all men doubt you,
But make allowance for their doubting too;
If you can wait and not be tired by waiting,
Or being lied about, don’t deal in lies,
Or being hated, don’t give way to hating,
And yet don’t look too good, nor talk too wise:

If you can dream – and not make dreams your master;
If you can think – and not make thoughts your aim;
If you can meet with Triumph and Disaster
And treat those two impostors just the same;
If you can bear to hear the truth you’ve spoken
Twisted by knaves to make a trap for fools,
Or watch the things you gave your life to, broken,
And stoop and build ’em up with worn-out tools:

If you can make one heap of all your winnings
And risk it on one turn of pitch-and-toss,
And lose, and start again at your beginnings
And never breathe a word about your loss;
If you can force your heart and nerve and sinew
To serve your turn long after they are gone,
And so hold on when there is nothing in you
Except the Will which says to them: ‘Hold on!’

If you can talk with crowds and keep your virtue,
‘ Or walk with Kings – nor lose the common touch,
if neither foes nor loving friends can hurt you,
If all men count with you, but none too much;
If you can fill the unforgiving minute
With sixty seconds’ worth of distance run,
Yours is the Earth and everything that’s in it,
And – which is more – you’ll be a Man, my son!

Pako Dominguez' photo blog